domingo, 17 de septiembre de 2017

Die Hexe - Episodio 1: Encuentro

Mis queridos lectores:

He decidido titular "Die Hexe" ("La bruja" en alemán) a este pequeño episodio. Si bien es el primer episodio, es probable que no haya segundo, pues es una obra experimental. Como sabéis, ésta es casa de variedad sexual y narrativa erótica. Hoy se ha puesto en contacto conmigo un chico que se dedica a dibujar y me ha cedido unos personajes pidiéndome que escriba una historia con ellos cumpliendo una serie de exigencias en el argumento y con la presencia de unas determinadas escenas y un determinado final. Os dejo con los fetiches de este colaborador y con la realización bajo mi pluma de su idea en formato escrito. Los personajes, el argumento y la idea original son producción de Daylo. El trabajo de ambientación, narrativa y elaboración de la historia según el esqueleto trazado por Daylo ha sido cortesía mía, así como también lo han sido las ya familiares y omnipresentes escenas sexuales que caracterizan la inmensa mayoría de mis textos. Nos acabamos de conocer, es domingo, he terminado pronto de cumplir con mis quehaceres y me ha parecido interesante llevar esto a la práctica. No sabemos qué más podrá salir de esto, pero siempre está bien probarse a uno mismo y escribir algo diferente. Sin más dilación, Daylo y yo os dejamos con...

Die HEXE
Episodio 1: Encuentro

Daylo se había perdido. Aunque todavía era un niño, tenía el suficiente entendimiento como para comprender que el juego se le había ido de las manos. Había salido a jugar al aire libre con algunos de sus amigos del lugar en el que vivía. Travieso pero sin maldad, el pequeño Daylo sólo quería hacer que sus acompañantes tuvieran que esforzarse un poco en el juego del escondite. No obstante, se sobreesforzó de manera inconsciente y acabó perdiendo la referencia del camino que habían recorrido sus amigos y él desde el pueblo hasta el pequeño bosque donde habían ido a jugar. Todavía no poseía un sentido de la orientación muy desarrollado y, en resumidas cuentas, no dejaba de ser un niño. Separado de sus amigos y de toda señal perceptible de su camino de vuelta, Daylo se encontró en medio de la nada sin ningún tipo de compañía.

-. . . -el pequeño se limitó a suspirar mientras miraba a su alrededor sin saber qué hacer.

Tenía miedo. Se sentía solo y desprotegido. Sabía que las lágrimas no tardarían en amenazar con brotar. Estaba cansado de dar vueltas. Cansado y dolorido, pues tanto él como sus amigos habían dejado sus zapatos en el tocón que siempre solían utilizar como mesa de juegos, por lo que iba descalzo en aquel forzoso e indeseado periplo por la lejanía. Sus pequeños y redondeados pies estaban cansados y doloridos. Como aún no había terminado de desarrollar su cuerpo, el pequeño Daylo carecía de la resistencia física necesaria para sobreponerse a esa situación. Las ramas, las hojas y las pequeñas piedras que había en el suelo no dejaban de molestarle. Sus pies todavía estaban creciendo, por lo que su arco plantar todavía no estaba totalmente definido y su resistencia a largos paseos todavía era pequeña. Juzgando por lo que veía, parecía que había dejado atrás el bosque donde siempre jugaban: había entrado en terreno inexplorado para él.

-Mamá, papá, chicos…-suspiró Daylo con tono lastimero mientras continuaba avanzando.

Comenzaba a caer la tarde. Le daba muchísimo miedo que se hiciera de noche. Todavía había luz en el cielo, pero le aterraba la idea de quedarse solo y a oscuras a la intemperie. No sabía si haría frío, si llovería o incluso si caería una tormenta. No iba muy abrigado y le preocupaba que su única ropa fuera insuficiente. Llevaba una chaqueta de color naranja con una estrella estampada de color morado. Era una de sus prendas favoritas: su colorido y su forma le hacían sentir contento, y agradecía llevarla en aquel momento difícil. Por suerte, tenía puestos unos pantalones vaqueros, menos débiles que los de otros tejidos, por lo que podrían aguantar hasta que un rayo de esperanza se apareciera ante él. La suave brisa vespertina mecía su abundante, limpio y brillante cabello de color verde. Se le habían quedado enganchadas algunas ramas pequeñas en él, pero era lo que menos le preocupaba. Con sus redondos y adorables ojos de color morado se dedicaba a otear el horizonte en busca de alguien que pudiera ayudarle o algún lugar iluminado.

. . .

-Ohhhh, ¡pobrecito!-hablaba en voz alta a pesar de encontrarse sola en su cabaña-¡Este niño se ha perdido! Tengo que echarle una mano, no puedo dejar que vague por estas zonas sin ayuda.

Sin perderse un solo detalle, seguía observando al niño perdido a través de su bola de cristal. Se negaba tajantemente a dejarlo a la deriva en aquel lugar tan peligroso para individuos como él.

. . .

Daylo continuaba perdido. Uno de sus amigos le enseñó un juego al que podía jugar en soledad y que, según le contó, servía para ahuyentar la tristeza y pasar a estar contento rápidamente. No obstante, en aquel momento no terminaba de recordarlo, pues le pareció extraño, ya que nunca había hecho nada así en un juego. Para evitar hacerlo mal, decidió continuar sin hacerlo. No sabía por qué, pero el haber pensado en aquella explicación de su amigo había hecho que sintiera un cosquilleo por todo el cuerpo. La sensación que experimentó no fue de gran trascendencia ni utilidad, pero reencendió en cierta medida sus ganas de seguir adelante y ralentizó el avance del miedo y las lágrimas. Mientras caminaba y trataba de hacer caso omiso al dolor de sus pies, observó que el paisaje que lo rodeaba cambiaba gradualmente. Según le habían enseñado en el colegio, aquello en lo que estaba entrando era un pantano. El suelo que pisaba comenzaba a estar húmedo. El contacto con el barro le resultaba desagradable. Al niño no le gustaba la humedad. Decidió dar varias vueltas a los bajos de sus pantalones, dejando al descubierto sus tobillos y la parte inferior de sus tibias para no mojarse la ropa mientras caminaba. Trataría de no pisar las zonas encharcadas, pero se temía que en algunos momentos fuera inevitable. No quería que sus pantalones se mancharan, le daba asco y, además, temía resfriarse si continuaba caminando al aire libre y se le mojara la ropa.

-¡!-Daylo se sorprendió fugazmente.

Había visto una luz. Algo se había encendido no muy lejos de su posición. En el horizonte distinguía una tenue línea luminosa. Echó a andar tratando de alcanzarla a la vez que intentaba no pisar las áreas totalmente mojadas. En aquel pantano reinaba una gran mezcla de aromas naturales. Daylo podía sentir el olor de la tierra mojada, los aromas de las plantas que crecían en la zona y el olor arrastrado por la brisa, cargado de las fragancias de los árboles altos que había dejado atrás. Sin embargo, cuanto más cerca se hallaba de la luz, más sentía que cambiaba el olor que sentía su nariz. Le llegaban ráfagas que le sugerían un cambio de entorno. Comenzaba a notar un equilibrado y atractivo olor a hierbas aromáticas y especias. Aquello le hizo pensar que se estaba acercando a la casa de alguna persona que podría estar cocinando o preparando algún ungüento medicinal.  Motivado por aquel hallazgo, el pequeño siguió avanzando. Guiado por el olfato y la vista, no tardó en vislumbrar una cabaña bastante grande y bien cuidada. A su alrededor crecía un jardín con flores atractivas y coloridas que no se veían en el resto del pantano. Parecían obra de algún hechizo por lo fuera de lugar que estaban. Su olor era fragante y volátil. Viajaba arrastrado por la brisa e infundía en Daylo un firme deseo de acercarse. Al comprobar que había una luz que salía desde el interior de la cabaña a través de sus ventanas, el niño dejó de tener miedo: lo había pasado tan mal que estaba deseando encontrar a un adulto y explicarle el problema que había tenido. Estaba seguro de que sus padres y sus estaban muy preocupados y tratando de encontrarlo. Por algún extraño motivo, el pequeño se quedó obnubilado mirando las flores, olvidándose de llamar a la puerta, que se abrió sin que él se acercara, por lo cual se asustó.

-¡Ah!-exclamó Daylo, nervioso, retrocediendo con un pequeño salto.

Se quedó mirando fijamente a la puerta para ver a la persona que saldría por ella. Era una mujer.

-Hola, pequeño.-susurró la habitante de la cabaña con una sonrisa amable.

El niño trató de poner una sonrisa encima de su cara de sorpresa. Aquella mujer era muy alta y tenía un cuerpo muy llamativo. Su piel era verde y sus brillantes ojos eran amarillos con dejes anaranjados. Ostentaba una larguísima melena morena, lacia y abundante. Vestía de color negro con un vestido muy ceñido y provocativo, sin mangas, dejando ver sus hombros y sus brazos. Su pronunciado escote realzaba sus prominentes, redondos y altaneros senos. La estrechez de su cintura y la anchura de su cadera y sus glúteos formaban un contraste que se veía acrecentado por la parte baja de su vestido, que terminaba en la mitad de los muslos. Calzaba botas muy altas de tacón, cubría su espalda con una larga y pesada capa y en su cabeza llevaba un enorme sombrero cónico. Se ajustó con mimo el nudo de la capa, momento en el que Daylo observó con sorpresa lo largas que eran sus uñas.

-Ho…hola.-tartamudeó el niño.

-¿Te has perdido, guapo?-preguntó la mujer-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Daylo.-respondió el pequeño-Me he perdido. He salido del pueblo con mis amigos, me he alejado jugando al escondite y he acabado aquí. No sé cómo volver a casa. ¿Podría ayudarme, señorita?

-¡Pobrecito!-se sorprendió la chica con tono acaramelado-¡Por supuesto que te ayudaré, cariño! Me llamo Sara. ¿Por qué no entras a casa y te calientas un poco? Está empezando a hacer frío y podrías pillar un catarro. Las noches aquí son bastante duras. Te prepararé algo para cenar.

-Vale.-susurró Daylo sin creerse la suerte que había tenido. La mirada no dejaba de írsele hacia las flores.

-¿Te gustan mis flores?-preguntó Sara con una sonrisa mientras se arrodillaba para estar más cerca de Daylo-¿Por qué no coges unas pocas y se las llevas a tu mamá para ayudarle a que se le pase el susto por lo que te ha sucedido esta tarde?

El niño arrancó un pequeño puñado de aquellas coloridas y llamativas flores brillantes y entró a la cabaña con Sara. En su mano llevaba flores rojas, azules, moradas, amarillas, blancas, naranjas, celestes y rosas.

-Puedes dejarlas aquí.-Sara le tendió un jarrón con agua al niño para que pusiera las flores.

Tras colocar las flores en agua y dejar el jarrón encima de un mueble, el niño miró a su alrededor. La cabaña estaba distribuida de manera bastante similar a un estudio: las habitaciones, a excepción del baño y el dormitorio, no eran independientes. Había una mesa redonda, varias sillas, un sofá, un dormitorio independiente con una cama muy amplia, distintos aparadores, una cocina totalmente equipada y una puerta que daba al cuarto de baño. Dentro de la casa olía mucho a hierbas aromáticas. La fragancia del ambiente era notable, pero no pesada, y constaba de una mezcla de tomillo, romero, eneldo y lavanda.

-Siéntate en la cama, corazón.-ofreció la mujer amablemente-Es más cómoda que el sofá. Te traeré agua caliente para que puedas descansar los pies. Has debido de sufrir mucho andando por ahí descalzo.

Daylo se sentó en el borde de la cama y esperó a que Sara le llevase un recipiente bastante hondo lleno de agua caliente. Como los pies del niño no llegaban al suelo desde la cama, la dueña de la cabaña apoyó la palangana en un taburete para que el pequeño pudiera introducir los pies.

-¿Está muy caliente?-preguntó Sara.

-Así está bien, gracias.-respondió Daylo con una adorable y candorosa sonrisa.

La sensación del agua caliente en sus pies le estaba ayudando a relajarse. Estaba comenzando a sentirse a gusto y en armonía con Sara, quien estaba siendo amable y hospitalaria con él.

-Estoy preparando sopa de verduras para cenar.-dijo la dueña de la cabaña-¿Te gusta o te preparo otra cosa?

-¡Me encanta!-una sonrisa se dibujó en el rostro del pequeño-¡Mamá siempre me la prepara después de jugar con mis amigos durante toda la tarde! Me hace muy feliz.

-Lo sé, corazón.-respondió Sara con una sonrisa-Espero que la mía también te guste.

-¿Cómo lo sabe, señorita Sara?-se sorprendió el pequeño-Nunca le he hablado de mamá.

-Me refiero a que sé que tu madre cocina para ti con mucho amor y estoy seguro de que te hace feliz. Todas las madres lo hacen.-sonrió Sara-Y, por favor, no es necesario que me trates de usted, llámame simplemente Sara. ¡No soy tan mayor!

Ciertamente Sara se conservaba muy bien y era realmente bella y atractiva, pero algo en ella daba a entender que tenía más años de los que aparentaba.

-Lo siento, señorita Sara.-se disculpó el pequeño-Mamá no me deja hablar de otra forma, ¡dice que está mal!

-Habrá que hacerle caso a mamá entonces.-Sara se encogió de hombros con una sonrisa-¡Ya casi está la sopa!

La mujer se dirigió a la cocina, asió una cuchara semiesférica para servir sopa y apartó una ración de la olla en un cuenco para su invitado. Acto seguido, agarró el cuenco con ambas manos y se lo llevó al niño a la cama.

-Bebe un poco.-le aconsejó-Estarás destemplado y necesitas conservar tu calor corporal.

El niño tomó un sorbo del caldo. Le resultó extraordinariamente sabroso. Parecía que aquella amable y dulce mujer sabía cocinar muy bien. Disfrutó tanto aquella sopa que se la bebió rápidamente.

-Estaba muy buena.-comentó Daylo con una sonrisa-¡Gracias, señorita Sara!

-No hay de qué, Daylo.-respondió la mujer-¿Por qué no me dejas que te lave la ropa? Se te habrá humedecido durante el paseo con el pantano.

-N…no es necesario…-tartamudeó el pequeño, notando que se ruborizaba.

-Vamos, Daylo, no seas vergonzoso.-Sara le sonrió-Soy maestra en una escuela del pueblo vecino. Estoy acostumbrada a ayudar a los niños a cambiarse de ropa.

Daylo se quedó pensativo. No se había mojado, pero sí era cierto que la ropa se había humedecido con el aire del pantano y la notaba fría y pesada. Se quitó la chaqueta y los pantalones y se los tendió a Sara con mucha vergüenza. Se quedó en ropa interior: llevaba una camiseta blanca de manga corta y unos calzoncillos  de color marrón chocolate con líneas rosadas.

-Pobrecito, qué mal lo estás pasando.-dijo Sara-Toma, para que no cojas frío. Encenderé también la chimenea.

Sara se quitó la capa y envolvió a Daylo con él. Tras ello, se llevó la ropa a una pila con agua para lavarla. El pequeño estaba distraído observando y palpando la capa de Sara, por lo que no se dio cuenta de que ésta había encendido la chimenea chasqueando los dedos.

-¡Guau! ¡Pesa mucho pero es muy suave! Y, ¡huele de maravilla!-pensaba el pequeño mientras jugaba con la tela.

La capa olía a una mezcla de flores y frutas. Parecía que aquella mujer tenía la ropa muy bien cuidada. Los toques de jazmín y melocotón hacían que el pequeño se sintiera relajado. Unas notas más profundas de ciruela y patchouli activaban en cierto modo su atención y su curiosidad. Mientras el pequeño se entretenía con la capa, Sara volvió a entrar en el dormitorio.

-He tendido tu ropa cerca de la chimenea.-le explicó-Pronto estará seca y lista para que te la vuelvas a poner. ¿Qué tal si nos vamos a dormir?

-Me encuentro raro…-se quejó el pequeño-… no tengo sueño, pero estoy cansado. Me siento sin fuerzas…

-Durmamos.-dijo Sara-Debes de estar empezando a resfriarte. Mañana estarás mejor si entras en calor ahora.

-Señorita Sara, yo puedo dormir en el sofá.-dijo el niño con incomodidad-Ésta es su cama.

-No seas bobo, corazón.-respondió Sara con una sonrisa, no tan dulce como las anteriores-Vamos a dormir los dos juntos.

-Pero…-por alguna razón, Daylo comenzaba a asustarse.

-No tengas miedo, mi niño.-la voz grave y poderosa de Sara comenzó a perder las notas de dulzura y cariño que llevaba arrastrando todo el tiempo-Lo vamos a pasar muy bien.

Con gracia y sensualidad, Sara se dejó caer en la cama y tomó a Daylo entre sus brazos, tumbándolo suave y lentamente. Lo atrajo entonces hacia sí con firmeza pero sin excesiva fuerza.

-¿Qué está haciendo?-preguntó Daylo-Me gusta dormir suelto, no me gusta estar apretado…

-Déjate querer, mi pequeñín.-respondió Sara-Vamos a pasar una noche muy agradable.

El joven e inocente Daylo no entendía nada, pero se sentía muy atacado y no sabía cómo defenderse. Empezaba a sentir mucho miedo de Sara.

-S…s…señorita Sara, ¡por favor!-Daylo intentaba forcejear, pero su cuerpo no le dejaba.

-Relájate.-le pidió la mujer mientras se volteaba y se quedaba a cuatro patas encima del niño-Voy a hacer que te sientas mejor.

Con total control de sus movimientos, Sara giró vehementemente el cuello hacia la derecha, haciendo que se le cayera el sombrero al suelo y permitiendo que su infinita melena regara y rodeara al pequeño. Acto seguido, apoyó firmemente las palmas de las manos en el colchón, flexionó sus codos e hizo que su cuerpo bajara hacia el de Daylo, pegándose a él y acercando sus ingentes pechos a su rostro.

-No…-balbució el niño-…pare, por favor.

-Tranquilízate.-dijo Sara-No voy a hacerte nada malo.

El niño comenzó a verse embriagado por el perfume de Sara. La fragancia que despedía su cuerpo era muy adulta y grave, como su voz, su cuerpo y su personalidad. Olía a frutas muy maduras, a musgo blanco, a cardamomo, a clavo, a incienso. El pequeño Daylo no sabía que estaba siendo sometido a un efecto afrodisíaco. Su cabello también emitía un olor fragante y arrebatador.

-…-el niño no encontraba palabras para responder a esa mujer que parecía haberlo atrapado en una trampa.

Con un suave vaivén, Sara comenzó a acariciar el cuerpo de Daylo desde arriba hacia abajo con sus senos y con su plano y endurecido abdomen. Cuando el cuerpo de aquella mujer rozó sus calzoncillos, el pequeño recordó el juego que le había enseñado su amigo y le entraron ganas de hacerlo en aquel momento, pero sentía que no era lo correcto hacerlo con esa mujer delante.

-No quiero hacer esto…-pidió Daylo con una mueca febril y llorosa en su rostro-…no lo entiendo… no está bien…

-Claro que lo está, pequeño.-susurró Sara mientras despojaba al pequeño de su camiseta con ayuda de sus afiladas uñas, dejándolo en calzoncillos.

-Señorita Sara, no me desnude, por favor.-pidió el niño, quien se sentía cada vez más acosado y extrañado.

-¿Por qué?-se preguntaba Sara extrañada-¿Por qué se resiste tanto? Las flores que he utilizado para atraerlo, las hierbas anuladoras de la voluntad que incluí en la sopa… ¿qué hace que este niño sea tan fuerte contra mis hechizos?

Taimadamente, Sara decidió seducir al niño de otra manera.

-Quiero hacerte una pregunta.-dijo la mujer-¿Me ves hermosa?

-Sí.-respondió casi automáticamente el pequeño Daylo.

-¿Hermosa como una flor?-insistió Sara.

-Sí.-reiteró el niño.

-Entonces…-siseó la mujer de piel verde-…déjame explicarte que las flores hermosas tenemos espinas y que te puedes pinchar con ellas.

Sara colocó su mano derecha en la entrepierna del niño, masajeándola.

-¿Qué está haciendo?-preguntó Daylo con lágrimas en los ojos.

-Aliviar todos tus miedos y dolores.-explicó Sara con una voz seductora-Hacer que olvides el mal rato que has pasado esta tarde.

El niño no quería continuar con aquello, pero era cierto que su entrepierna estaba respondiendo y dándole mensajes de lo contrario. No entendía lo que estaba sucediendo. Sara hizo una pausa, se incorporó levemente y se quitó las botas, dejándolas apartadas al lado de una de las patas de la cama. Acto seguido, dobló sus brazos hacia atrás, mostrando el sensual y perfecto contorno de sus hombros, y se bajó la cremallera del vestido, que no tardó en quitarse con vehemencia, lanzándolo por los aires. Cubría sus zonas íntimas con un conjunto de lencería de color negro con adornos de encaje. Su voluptuoso y enorme cuerpo destacaba sobremanera sobre el del pequeño Daylo. Tras quedarse casi desnuda, la mujer continuó masajeando la entrepierna del joven. Estaba totalmente blanda.

-¿Todavía no has llegado a esa fase?-preguntó Sara con curiosidad.

-¿Qué fase?-Daylo cada vez entendía menos lo que estaba viviendo.

-¿Tu cosita se ha puesto dura alguna vez?-Sara fue totalmente explícita.

El niño se ruborizó y no supo qué responder.

-¿Sabes?-insistió la mujer-Eres fuerte.

-No la entiendo, señorita Sara.-se quejó Daylo, incapaz de defenderse.

-No te estoy obligando a nada de esto.-explicó la mujer-Puedes detenerme. No me opondré.

Daylo no podía moverse. No entendía por qué, pero no podía defenderse de la mujer que lo acosaba.

-Así que realmente quieres que te lo haga.-se sorprendió la mujer-Eres fuerte, ¡pero no lo suficiente!

Sara levantó su mano derecha y generó en ella una bola de energía brillante de colores rosa y morado. Le sopló y se convirtió en un polvo que aterrizó grácilmente sobre el niño, atontándolo con su olor. Acto seguido, puso la misma mano en el abdomen del niño y le insufló su magia a través de una luz emitida por su palma.

-Nadie puede contra los encantos de una bruja.-dijo Sara entre sensuales risotadas.

-¿Una bruja?-se sorprendió Daylo.

Sus padres siempre le habían dicho que las brujas no existían. Parecía que no llevaban razón. Nada de lo que Sara le hacía tenía explicación sin creer en la magia.

-Mi hechizo de atracción pronto hará efecto.-dijo Sara con satisfacción mientras continuaba masajeando la entrepierna de Daylo.

Notó que debajo de aquellos calzoncillos de diseño infantil se estaba dibujando una erección. Daylo sabía que eso le había pasado alguna vez, pero no sabía lo que significaba y le daba mucha vergüenza decírselo a aquella mujer.

-Veamos qué es lo que tienes, mi niño.-dijo Sara con fingida dulzura, maquillando con orgullosa hipocresía su lascivia y su lujuria.

La bruja le bajó los calzoncillos al niño. Tenía un pene bastante pequeño dada su edad, pero estaba totalmente erecto. Era corto y fino, y dibujaba una marcada curva hacia arriba, como si fuera un plátano. Sus testículos eran muy pequeños y estaban muy recogidos, apenas pesaban. No tenía nada de vello en la zona, pues aún se tenía que desarrollar. La forma del pene de Daylo era redondeada, pues, al estar poco desarrollado, todavía no sobresalía demasiado el cuerpo esponjoso desde la zona central de los cuerpos cavernosos. Su prepucio estaba muy tenso, pues todavía estaba creciendo y no se retraía solo durante la erección, si bien sí dejaba ver el extremo del glande ligeramente.

-¡Qué adorable!-exclamó la bruja-¡Estas pollas son mis favoritas! ¡JAJAJAJAJAJAJA! Me alimentaré de tu energía a través de la lujuria, pequeño. Eres un mosquito dentro de una planta carnívora.

-¡NO!-chilló Daylo entre llantos-¡PARE!

Con los dedos pulgar e índice de la mano derecha, Sara masajeó el prepucio de Daylo. El niño se sintió invadido por una sensación de placer físico que lo llenó de culpa y temor. La bruja trató de retraer esa tensa y brillante piel en aras de comprobar si podía descubrir el glande o todavía era demasiado pequeño para ello. Para su sorpresa, el prepucio del joven bajaba hasta abajo, dejando al descubierto el brillante y redondeado glande, que todavía estaba muy sensible dado su poco uso. Conforme Sara le subía y le bajaba el prepucio, Daylo sentía sensaciones electrizantes que hacían que todo su cuerpo se viera invadido por un cosquilleo. Parecía que su columna vertebral se había convertido en un cable eléctrico.

-¡No quiero más!-gritaba el niño.

-¡Cállate!-Sara se cansó de ser amable-¡Eres mi presa! ¡Deja de resistirte!

La bruja se arrancó el sujetador y las bragas y se quedó desnuda encima del niño. Comenzó a masturbarlo con la mano a la vez que acariciaba su pequeño pene haciendo círculos con la lengua.

-Su cuerpo está inmovilizado, pero su mente se niega a rendirse a mis poderes.-pensaba la bruja-¿Qué clase de don tiene este niño?

-¡No quiero que esta bruja juegue conmigo!-pensaba Daylo con rabia e impotencia-¡No puedo moverme, pero no quiero ser ningún juguete! ¡Tengo miedo! ¡Ayuda!

Sara acercó su vulva al pene de Daylo. Estaba muy cuidada, y su verdosa piel lucía tersa, brillante y depilada. Comenzó a acariciar el pequeño pene del niño con sus labios vaginales, basculando la pelvis con un movimiento de vaivén para hacer que los labios acariciaran toda la longitud del pene de su víctima. Mientras tanto, con las manos le acariciaba el pelo.

-¡Ríndete!-exclamó la bruja-¡Serás mío quieras o no!

-N..n…-tartamudeó Daylo-… ¡NO! ¡Suéltame, bruja!

-¡Maleducado!-gritó Sara enfurecida-¿No decías que tu madre no te dejaba hablar así?

-¡Mi madre nunca me enseñó a ser el juguete de nadie!-exclamó Daylo mientras lloraba-¡Déjame ir!

-¡Ni en tus mejores sueños!-bramó Sara.

Agarró la cabeza del niño con ambas manos y lo incorporó, apretándole la cabeza contra sus senos. Instintivamente, el niño comenzó a lamer los senos de la bruja, buscando los pezones.

-¿Qué estoy haciendo?-se sorprendió Daylo-¡No quiero hacer esto! ¡Debe de ser obra de la magia de Sara!

En un instante de lucidez, Daylo notó que había recobrado el poder sobre su cuerpo, por lo que empujó a Sara y se apartó de ella y de sus ingentes senos.

-¡Déjame en paz!-gritó-¡Me voy de aquí!

-¡Se acabó el jueguecito, granuja!-le espetó Sara.

Alzó su mano izquierda, haciendo que el cuerpo del niño se quedara flotando en el aire. Acto seguido, chasqueó los dedos, haciendo que una nube de gas rosado envolviera su piel. Esta nube tomó la forma de una mano que agarró su pene y comenzó a masturbarlo con movimientos tan expertos que hasta un hombre adulto tendría problemas para aguantar el deseo de eyacular.

-¡AAAAAH!-chilló Daylo-¡Para! ¡No quiero! ¡Me duele! ¡Siento que va a salir algo! ¡Me haré pipí! ¡PARAAAAA!

-¡JAJAJAJAJAJAJAJA!-se rió Sara.

Daylo eyaculó por primera vez en su vida. El chorro de semen era muy pequeño, pues todavía estaba desarrollándose. No obstante, cayó sobre Sara, quien pudo recogerlo de su cuerpo y bebérselo con ayuda de las manos, relamiéndose con lascivia.

-Tienes una energía deliciosa.-dijo Sara-Esto es sólo el principio.

El niño cayó desplomado sobre la cama. No obstante, al haber finalizado el hechizo que lo inmovilizaba, recuperó el control sobre sí. Rodó hacia el suelo, cayéndose de la cama intencionadamente, y comenzó a correr hacia la salida de la cabaña.

-¡Que te lo has creído!-bramó Sara mientras apuntaba a la puerta de salida con las palmas de ambas manos.

La puerta se evaporó, convirtiéndose en un trozo más de pared y atrapando a Daylo, pues las ventanas estaban muy altas.

-¡Me tiraré por la ventana, bruja malvada!-chilló Daylo-¡No quiero estar contigo más! ¡Se lo diré a papá y a mamá! ¡Vendrán a por ti!

-¡Me tienes harta, mocoso insolente!-bramó la mujer.

Aún desnuda, la bruja se incorporó y levantó su mano derecha, abriendo bien la palma y dejando que sobre ella naciera una enorme y brillante bola de fuego. Fulminaría a aquel crío por desobediente y se desharía de las pruebas.

-¡AAAAAAAAAAAAAAH, NOOOOOOO!-chilló Daylo mientras lloraba con pánico.

Sara cerró el puño, apagando la bola de fuego y recapacitando.

-Tengo un castigo mejor para ti.-dijo Sara con maldad-Algo peor que la muerte. ¡Yo te maldigo!

Con su mano izquierda, apuntó a Daylo. Le lanzó un rayo de color negro que impactó contra su desnudo cuerpo.

-¿Qué me has hecho?-preguntó el niño, muy asustado porque no había sentido nada de aquel rayo.

-Transformarte en un adorable sapo.-respondió Sara con voz seductora-Conservarás tu mente, pero perderás tu cuerpo y te costará encontrar individuos con los que comunicarte. Si no quieres servirme de alimento, serás mi familiar para siempre. ¡No podrás pedirle ayuda a nadie! Sólo una bruja más poderosa que yo podría romper la maldición, pero… ¿te cuento un secreto? Las brujas somos tanto más malvadas cuanto mayor es nuestro poder mágico. ¡Te reto a que encuentres a alguien que pueda superar mi gran poder y que además quiera ayudarte y no aprovecharse de ti como yo! ¡JAJAJAJAJAJAJA!

El cuerpo de Daylo comenzó a brillar. Sintió que sus músculos se contraían. Parecía que en cualquier momento iba a hacerse más pequeño.  Su columna vertebral se estaba arqueando y acortando. Su piel se teñía de un color verdoso. Empoderada y satisfecha, Sara se acercó a él y lo abrazó mientras mutaba. La suave piel del niño estaba tomando la textura resbaladiza de la piel de un sapo. Sus brazos y piernas se estaban arqueando y tomando la forma de ancas. Sus manos y pies estaban tomando paulatinamente la forma de los propios de un sapo. Sin poder hacer nada, el niño sintió que dejaba de estar rodeado por los fuertes brazos de Sara hasta caber en sus manos. Su cabeza se estaba convirtiendo en la de un sapo, sus ojos se estaban desplazando hacia donde antes estaban sus sienes y su boca se hacía cada vez más ancha a la vez que el conjunto de su cuerpo se reducía de manera proporcionada. Antes de que la boca se transformase, Sara lo besó pérfidamente. Finalmente, la luz de su piel se apagó, revelando su nueva forma: un sapo totalmente común e indefenso.

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¿Qué os ha parecido? Espero que, al menos, no os haya dejado indiferentes. ¡Se aceptan y se agradecen todo tipo de comentarios (respetuosos, claro)! ¡Feliz inicio de semana!

lunes, 14 de agosto de 2017

[TY] Episodio 90: Eléctrico

TAIMANIN YAMIYUKI
Episodio 90: Eléctrico

Por uno de los pasillos de las inmensas instalaciones de los Neo-Nómadas caminaban dos mercenarios.

¡Qué pringados esos militares estúpidos!-comentaba uno de ellos-Esta noche vamos a acabar con todos y nos vamos a divertir a su costa. Si lo hubieran sabido, habrían confiado en los Taimanin antes que en nosotros, ¿te lo imaginas?

¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!-rió el otro-Una coalición entre Taimanin y militares… ¡menuda mezcla! En fin, vamos a trabajar un poco. ¿En qué sala está el que nos toca?

En la siguiente puerta a la derecha.-contestó el primer mercenario que había hablado-Nos han pedido que por favor le demos su merecido a uno de estos críos antes de matarlo.

¿Quién de ellos es el nuestro?-le preguntó su compañero.

El pequeñajo.-contestó el otro mercenario-Christian Miller. Pequeñajo en comparación con el resto de sus compañeros, claro.

¿El que sólo se distingue de un niño pequeño por la altura?-el segundo mercenario se estaba frotando las manos con malicia-¿Ese chavalín con cara de corderito degollado? ¡Me va a encantar ver su rostro desfigurándose del dolor!

Los dos mercenarios llegaron a la puerta, abriéndola a su paso. Dentro estaba Christian tumbado en una camilla y atado de pies y manos. No le habían quitado la ropa, pero le habían desabrochado la chaqueta, dejando ver su tronco, así como los pantalones, quedando al descubierto sus calzoncillos. Eran de un tejido similar a la microfibra y de un color rojo rosado.

La tranquilidad dura poco.-pensó Christian al ver a aquellos mercenarios entrar en la sala-Si es que esto se puede considerar una posición tranquila, claro.

Veo que estás despierto, Christian Miller.-dijo uno de los mercenarios a modo de saludo-Eso está bien. Sería una pena enorme que estuvieras dormido y no pudieras sufrir de primera mano.

Más os vale que os dejéis de tonterías, malditos demonios.-dijo Christian entre balbuceos.

O, si no, ¿qué?-le espetó el otro mercenario-Estás muerto de miedo. No eres más que un niño.

Prefiero ser un niño antes que un monstruo como vosotros.-el soldado intentó plantarles cara a los dos Mazoku, pero sabía que no tenía la actitud de sus compañeros-¿A qué habéis venido?

A darte muerte.-respondió uno de los mercenarios-Deja de hacerte el valiente: ni sabes ni puedes.

He sido entrenado como un militar de élite.-dijo el soldado en voz alta para tratar de tranquilizarse-Incluso si estoy desarmado y mi cuerpo se halla inmóvil, tengo más herramientas para defenderme de vosotros.

Sé realista, ¿quieres?-intervino el otro mercenario-No vas a hacernos nada. ¡No hay manera de que lo hagas!

Tienen razón.-pensó Christian presa del agobio-No hay mucho que pueda hacer ahora mismo. Si al menos no estuviera atado, podría defenderme. Son dos, pero yo sé combatir.

Se va a mear encima, ¡JAJAJAJAJAJAJA!-comentó entre risas uno de los mercenarios al ver la cara de estrés del soldado.

Creo que nos han encargado hacer que se moje con otras cosas…-le contestó su compañero.

Sin que Christian pudiera hacer nada, los mercenarios comenzaron a prepararse para la tortura: en un carro de quirófano colocaron varios instrumentos y algunos frascos llenos de líquidos de diversos colores.

Esto es lo primero que hay que inyectarle, ¿verdad?-le preguntó un mercenario a otro agarrando un frasco.

Sí, eso es.-respondió el otro mercenario mientras encendía unas máquinas de la sala.

Para disgusto del soldado, el mercenario sacó una jeringuilla de una caja y la llenó con el líquido del frasco. Acto seguido, se acercó a él con ella en la mano.

¿Qué pretendes hacer?-preguntó Christian sin poder apartar la mirada de la jeringuilla.

Drogarte un poco para que pruebes nuestra máquina en condiciones.-respondió el mercenario buscando las ingles del soldado.

Instintivamente, Christian cerró las piernas  en la medida que los grilletes de sus tobillos se lo permitían.

No voy a dejarte que me claves eso en la ingle.-dijo con rebeldía-Estoy despierto y en funcionamiento.

Qué ingenuo es este chico…-suspiró el mercenario mientras buscaba con la mirada a su compañero-¡Eh! ¡Activa los grilletes adicionales!

Sin mediar palabra, el otro mercenario pulsó un botón de una consola de control. De la camilla de Christian salieron dos placas metálicas que le separaron las piernas y se cerraron en forma de grilletes a la altura de sus rodillas, dejándole ambas extremidades inferiores separadas. En sus codos aparecieron dos grilletes similares para impedir el movimiento de dichas articulaciones.

Recuerda que después habrá que desactivarlos para poder ver y filmar cómo se retuerce.-dijo el mercenario que estaba a cargo de las máquinas-Órdenes de arriba, así que ponle la inyección rápido.

¿Qué?-pensó Christian mientras notaba sus ojos abiertos como platos.

Ahora está chupado.-se limitó a decir el mercenario que estaba con Christian mientras le ponía la inyección en una ingle.

¡Ngh!-se quejó el chico.

Notó que el líquido se mezclaba con su sangre. Sin ningún tipo de deseo subyacente, su pene comenzó a endurecerse. Asustado, el soldado vio el creciente bulto en sus calzoncillos. En muy pocas ocasiones había tenido una erección tan fuerte y rápida. Su ropa interior se rompería si aquello seguía así.

Como si le hubiera leído la mente, el mercenario le arrancó los calzoncillos de un tirón. Su pene salió a relucir, erecto y vigoroso, describiendo un elegante abanico hacia arriba en señal de liberación por la presión de la tela de la ropa interior.

. . .-Christian se enrojeció sin saber qué decir ni qué hacer.

El soldado tenía un miembro viril muy estilizado. Era delgado como el resto de su cuerpo, pero no en exceso: mantenía una figura elegante y armonizada con las demás partes de su anatomía. También era muy largo y no se inclinaba hacia ningún lado en especial, por lo que se mantenía en una vertical solemne y poco frecuente, casi totalmente perpendicular al suelo. Tampoco tenía casi ninguna curvatura hacia arriba, por lo que permanecía recto como un mástil. Como la inmensa mayoría de los hombres estadounidenses, estaba circuncidado, pero no tenía una cicatriz notable, sino un degradado suave de tonos en la piel, creando una especie de mosaico irisado junto con las líneas azuladas y violáceas de sus vasos sanguíneos. El tamaño de aquel pene estaba fuera de lo común, pero se veía aún más grande por la chocante disonancia entre su gran desarrollo y el aspecto suave y aniñado en el rostro del chico. Sus testículos no eran excesivamente grandes y no tenían demasiada caída, se mantenían bastante recogidos a ambos lados del pene, formando un triángulo isósceles casi perfectamente trazado con el glande como tercer vértice.

Esto será interesante.-comentó el mercenario-Hay mucha superficie para “tratar”.

Los dos Mazoku se miraron y comenzaron a reír.

¡Dejadme en paz!-chilló Christian tratando de soltarse-¡Dejad a un lado vuestras perversiones!

Con pena, el soldado comprobó que sus extremidades no se movían. Estaba fuertemente inmovilizado, y sólo su abdomen, marcado y cuadriculado, se contraía.

Tranquilo.-dijo uno de los mercenarios-Nosotros no vamos a hacerte nada. Sólo vamos a grabar los hechos y a reírnos un rato.

¿Cómo que no van a hacerme nada?-se preguntó el militar-Esto me da muy mala espina.

El mercenario que estaba más cerca de los aparatos de control pulsó un botón. Del techo bajó una estructura ligera pero de aspecto amenazador. Su aspecto recordaba al de una araña con las patas dobladas, pero tenía más de ocho apéndices. Parecían estructuras articuladas de barras y en sus extremos había electrodos. Como si aquella cosa tuviera ojos para ver, desplegó sus apéndices articulados y rodeó el pene de Christian, fijándole los electrodos.

¡Dale!-pidió el soldado que había inyectado la droga en el cuerpo del militar, que estaba más lejos de los mandos-¡Vamos a ver cuánto tarda en llorar y buscar a su mamá!

Con una sonrisa perversa, el mercenario pulsó un botón verde. Por la máquina que había rodeado el pene del soldado comenzó a pasar corriente, haciendo que sintiera una sensación incómoda, molesta y dolorosa.

¡Qué desagradable!-pensó el chico-¡Es horrible! ¡Quiero que se acabe cuanto antes!

Parece que lo está tolerando.-dijo el mercenario que estaba más cerca del soldado-Tiene cara de asco, pero poco más. No lo veo sufrir debidamente.

Lo hará.-respondió el otro mercenario-Quiero que su cuerpo se acostumbre a las corrientes lo suficiente como para que se mantenga consciente para poder hacer que sufra largo y tendido sin preocuparnos por si se desmaya o se muere antes de tiempo.

Eso no suena nada bien.-Christian se encontraba muy asustado y sólo dialogaba consigo mismo.

El mercenario Mazoku que había encendido el aparato se giró hacia el militar.

Este invento es una joya.-explicó-Hemos modulado la emisión de corriente eléctrica para que no sea letal pero conserve todas sus capacidades para causar dolor. La parte en la que se colocan los electrodos actúa como conductora, transmitiendo la energía al resto del cuerpo y dando lugar a una tortura integral.

De manera súbita y dolorosa, el chico notó un aumento en la intensidad de corriente. Comenzó a dolerle el pene y, a su través, se le empezó a entumecer todo el cuerpo.

¡NNNNNNNNNGHHH!-gimió.

¡Es más duro de lo que parece!-comentó sorprendido el otro mercenario.

No lo será por mucho tiempo.-el mercenario que controlaba las máquinas se encontraba muy tranquilo-La electricidad afecta más que notablemente al corazón humano. Cualquier evento que suponga una subida de pulsaciones verá su efecto cardíaco multiplicado, provocando una explosión.

¿QUÉ?-chilló Christian mientras trataba de resistirse a las corrientes eléctricas.

Digamos que tu tiempo de vida depende en cierta manera de ti.-explicó el mercenario-Si te pones nervioso, si tratas de resistirte, si forcejeas, etcétera, tus pulsaciones subirán, y esta energía multiplicará tu frecuencia cardíaca hasta hacer que tu corazón reviente. Esto no excluye la eyaculación. Como te dejes llevar por la estimulación, eres hombre muerto.

Christian empezó a sudar. Necesitaría un milagro para salvarse. La corriente era cada vez más intensa. Su vista se nublaba, pero, entre parpadeos, distinguió una cámara de vídeo en una de las esquinas de la sala. Se preguntó desde cuándo estaría allí.

¡Suéltale los grilletes de los codos y las rodillas!-pidió el mercenario que estaba más cerca de la camilla-¡Vamos!

El militar notó que sus ataduras se reducían, pero deseó que no le hubiera sucedido aquello, pues ahora sus instintos no encontraban represión alguna y sus brazos y piernas comenzaban ahora a bambolearse dentro de las restricciones que encontraba en sus muñecas y tobillos. Si no lograba calmar su cuerpo, sus pulsaciones comenzarían a subir y moriría: ya notaba cómo se le aceleraba el corazón peligrosamente. No paraba de sudar, por lo que su ropa se humedecía y se sentía cada vez más incómodo.

¡Un momento!-pensó Christian.

El ver que su ropa se manchaba de sudor le dio una idea. Tal vez si manchaba los electrodos, éstos perderían su adhesión a la piel de su pene y se vería libre de aquella tortura, al menos el tiempo suficiente como para dejar que su corazón descansase.

No me puedo creer que esté pensando esto ahora mismo, pero es una estrategia más.-pensaba el joven militar-Por la forma de mi pene, si eyaculo en esta posición, el semen caerá hacia abajo por acción de la gravedad. Mojaré los electrodos y dejaré de estar en peligro. Es mi única opción: conozco mis eyaculaciones y sé que ahora mismo expulsaría un chorro lo suficientemente caudaloso como para dejar inservibles esas cosas sucias y asquerosas. Hace varios días que no me masturbo y parece ser que va a suponer una ventaja en esta guerra.

¿Qué coño le pasa?-preguntó uno de los mercenarios-¡Se está relajando!

¡No lo entiendo!-añadió el otro-¡Las corrientes no paran de intensificarse!

¡No hay mayor tranquilidad que la de un ingeniero que encuentra la solución al problema al que se enfrenta!-pensó Christian, envalentonado por primera vez desde que aquello empezó-Si relajo todo mi cuerpo y aguanto el dolor, mi corazón podrá aguantar la subida de pulsaciones de mi eyaculación el tiempo suficiente como para acabar con esos electrodos. A juzgar por la forma que tienen los mecanismos de fijación, no aguantarán la humedad y la temperatura del semen humano sin deformarse y despegarse, pues son de un tipo especial muy sensible que he visto en otro tipo de máquinas. Jamás me explicaron durante mis estudios ingenieriles que iba a verme derrotando las creaciones de otros ingenieros con un chorro de semen. Me parece ridículo, arriesgado y descabellado, pero, si van a matarme, ¿qué menos que luchar hasta el final?

¿Por qué está cada vez más tranquilo?-los mercenarios estaban desquiciados y no paraban de escandalizarse.

Relájate.­-se dijo el militar-Cuanto menos tenses tu cuerpo, menos te dolerá. La electricidad contrae los músculos, así que, si los contraigo yo también, sólo me haré más daño. Esto duele como el demonio, pero tengo que aprovechar la oportunidad que me he brindado. Liberarme de los grilletes será otra cosa, pero, al menos, se acabará este dolor horrible.

El corazón de Christian no se ralentizaba, pero, al menos, no había seguido acelerándose. El chico trató de oponerse al dolor y concentrarse en las sensaciones de su pene para buscar, entre el dolor, un pequeño atisbo de placer para eyacular y destrozar los electrodos.

¡Oigo voces!-el soldado estaba tan concentrado que creyó oír una voz fuera de la sala-¡Aquí está pasando algo! Creo que están hablando de una tortura. ¡Vamos a entrar!

De acuerdo.-respondió secamente otra voz.

¡ESA VOZ!-Christian se sorprendió muy positivamente.

La alegría de haber escuchado esa voz hizo que su corazón se acelerase. Al estar contento, pudo encontrar, incluso habiendo perdido el deseo de buscarlo, un cosquilleo placentero en su pene.

¡No, ahora no!-pensó el militar apretando el suelo pélvico.

La puerta se abrió de un golpe. Sólo asomó una pierna por ella, dando a entender que la habían desencajado de una patada. Christian pudo reconocer perfectamente ese tacón tan característico, propiedad del dueño de la voz que acababa de brindarle esperanza. Émile había irrumpido en la sala. Lo seguía Hagane Kurobara, un Taimanin, su enemigo.

¡Chris!-gritó Émile horrorizado-¡Chris! ¿Qué te están haciendo?

¡QUÍTAME ESTO!-chilló Christian-¡ESTOY EN PELIGROOOOOOOO!

¡Aguanta, Chris, ya voy!-gritó Émile mientras corría hacia la camilla.

¡No tan rápido!-los torturadores le salieron al paso-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH!

Asustados, los mercenarios Mazoku vieron cómo sus pies se despegaban del suelo: estaban flotando sobre burbujas de aire.

Molestáis.-siseó Hagane mientras hacía que las burbujas se movieran siguiendo las líneas que dibujaba en el aire con sus manos.

¡NGHHHHH!-gimió Émile al tratar de arrancarle los electrodos a Christian.

¡Apaga la máquina!-gritó la víctima, presa de la emoción-¡ME DARÁ UN INFARTO SI NO TE DAS PRISA! ¡LA TIENES AL LADO, VAMOS!

Émile se giró hacia la consola de control y pulsó todos los botones de parada que encontró, haciendo que la estructura se replegara y la tortura de Christian cesase.

Los mercenarios reventaron las burbujas de aire con fuego azul, cayeron de pie en el suelo y corrieron hacia Émile, quien corrió hacia ellos, saltó, giró sobre sí mismo dos vueltas completas, en la tercera embistió a uno de los dos con una patada giratoria y en la cuarta embistió al otro con una patada similar, aterrizando elegantemente tras ello. Sin perder tiempo, ambos se levantaron y volvieron a cargar contra el soldado, quien los rechazó a base de patadas y consiguió separarlos.

¡Os mataré, traidores hijos de puta!-chilló el joven rubio.

Se encaró a uno de los mercenarios y lo arrolló con una elegante y poderosa cadena de patadas. Cuando por fin lo tiró al suelo, levantó amenazadoramente su pierna derecha y la dejó caer sobre su cabeza, astillándole el cráneo. Acto seguido, saltó hacia el otro soldado y lo desarmó con unas cuantas patadas giratorias. Al ver que tenía la pared cerca, lanzó un puñetazo contra el abdomen de su enemigo, colocándole la espalda contra dicha pared y aprovechando la presión para dislocarle el cuello con un pie.

Así aprenderéis…-siseó el soldado entre jadeos.

Tras matar a los dos torturadores, Émile se giró hacia Christian y corrió hacia él.

¡Chris!-exclamó-¿Estás bien?

Digamos que estoy fuera de peligro.-respondió el otro soldado mientras se recuperaba.

Nunca me había llamado “Chris”.-pensó-Lo noto demasiado cariñoso y cercano para lo que es él. ¿Quizás esta experiencia cercana a la muerte le ha hecho valorar su vida y las de los que le rodean? Sea como sea, me agrada que se refiera a mí así.

¿Qué te han hecho?-preguntó Émile mientras palpaba el cuerpo de su compañero en busca de heridas-¿Estás ileso?

Digamos que “sólo” ha sido la corriente.-explicó Christian-No tengo más que el dolor y la angustia que esto me ha hecho pasar.

Mientras asentía, Émile acarició el pene de su compañero con la mano. Lo notaba perjudicado y muy caliente, por lo que trató de atemperarlo y relajarlo con el contacto de su mano.

¡NO!-gritó Christian enrojeciéndose-¿Qué haces?

Sin poder evitarlo, el soldado eyaculó. Un enorme y majestuoso chorro de semen cayó en vertical hacia el techo, deformándose y cayendo antes de tocarlo, lloviendo sobre el pecho de su dueño. Nunca había eyaculado así: parecía que su cuerpo cantaba un himno de victoria. Tras ese chorro siguieron varios más, también cargados de fuerza. Sentía mucha vergüenza, pero no pudo evitar disfrutarlo, pues su cuerpo le estaba recordando el placer de estar vivo.

¿Estás contento?-preguntó Christian con el rostro ruborizado mientras notaba cómo caía más semen sobre su pecho y su abdomen.

¿Lo siento?-se preguntó Émile, sorprendido, sin poder camuflar una expresión de extrañeza y alegría-Sólo quería que te relajaras antes de que tu corazón sufriera.

¿Por qué no me quitáis los grilletes y me dejáis que me limpie?-preguntó el otro militar, aún sin poder mirar a la cara a su compañero.

Lamento interrumpir vuestra reunión familiar.-terció Hagane-Christian Miller, vienes con nosotros.

¡Por supuesto que voy con vosotros!-respondió el soldado-¡No voy a quedarme aquí solo!

Me refiero a que vienes con nosotros, con los Taimanin.-explicó el ninja-Sois nuestros rehenes y cumpliréis lo que os pediremos a cambio de la vida de Margaret Johnson, quien se encuentra presa en manos de nuestros camaradas.

No me importa, de verdad.-respondió Christian con una humildad sincera-Es nuestra culpa que todo esto haya pasado. Haremos lo que esté en nuestras manos por salvarnos y ayudaros.

Émile, que había ayudado a Christian a levantarse tras quitarle los grilletes, se volteó hacia él con ira.

¿Es así lo rápido que traicionas a la patria?-preguntó.

¡No, Émile!-exclamó Christian-¡La tierra que nos vio nacer no querría vernos morir tontamente! ¡Apoyando a los Taimanin nos salvamos a nosotros mismos! ¡Hemos estado equivocados todo este tiempo! Desde que esto empezó me he sentido engañado y utilizado, y no ha habido ni un solo combate que no me haya hecho sentir culpable.

¿Te estás oyendo?-preguntó Émile sin dar crédito a las palabras de su compañero.

Émile, para.-respondió Christian sin levantar la voz-Me has llamado “Chris” por primera vez en tu vida. ¿No te das cuenta de que hasta en tu frío y duro corazón han hecho mella? Nunca hemos sido los héroes de esta historia. Si te consideras todo lo inteligente que un soldado puede ser, entenderás esto y aprenderás de la experiencia para mejorarte a ti mismo. No serás un peor efectivo por ello, sino todo lo contrario.

¿Cómo lo has hecho?-preguntó Émile furibundo girándose hacia Hagane-¡Le has lavado el cerebro!

Yo no he hecho nada.-contestó el Taimanin encogiéndose de hombros.

¡Te voy a…-le amenazó Émile apretando el puño y dirigiéndose hacia él.

¡Basta!-exclamó Christian agarrando a su compañero del hombro para que no avanzara-Hagane es un buen hombre.

¿Acaso lo conoces?-preguntó Émile.

¿Acaso lo conoces tú?-Christian rebatió a su compañero de manera tajante.

Émile bajó el puño.

Nos ha salvado la vida.-dijo Christian-Y no trates de argumentarme que a mí me has salvado tú. Claro que lo has hecho, ha sido un gesto precioso y heroico, pero lo has podido hacer porque él te ha salvado. Un mal hombre no habría salvado a quien estuvo a punto de matarlo. ¡Hagane es un buen hombre!

Lo que vosotros digáis.-Émile se dio por vencido-Tápate un poco y vámonos de aquí.

Christian echó mano del agua que había en la sala para limpiarse el semen, se abrochó los pantalones y la chaqueta y se dispuso a salir con su compañero y Hagane de aquel lugar.

Gracias por tu colaboración, soldado.-dijo Hagane al ver al chico pasar por su lado-Veo que has recapacitado. ¿Estás seguro de que vas a hacer lo que te pidamos?

No creo que sea peor que lo que estos demonios tenían pensado para nosotros.-respondió Christian mirando solemnemente a los ojos a quien hasta hacía unas horas fue su enemigo-Tampoco creo que sea peor que andar sin calzoncillos hasta nueva orden.


El joven soldado esbozó una sonrisa tras ese último comentario. Hagane se rió levemente. Los tres chicos abandonaron aquella sala en busca del resto de los militares.

domingo, 13 de agosto de 2017

[TY] Episodio 89: Recirculación

TAIMANIN YAMIYUKI
Episodio 89: Recirculación

Émile se despertó con la cabeza muy dolorida. Apenas podía seguir el hilo de los hechos, pero recordaba que había sido derrotado a manos del Taimanin Hagane Kurobara y que, como resultado del combate, había perdido su cabello y el conocimiento. Un rato después había sido levemente reanimado y unos soldados Mazoku lo habían vestido con lo que quedaba de su ropa. Tras ello, los demonios los habían traicionado, habían causado la muerte de la sargento Layla Phoenix y se los habían llevado a sus instalaciones con objeto de acabar con ellos. Fue en ese trayecto en el que cayó inconsciente de nuevo hasta aquel segundo momento de despertar. Toda la sucesión ordenada de hechos que estaba recordando daba vueltas constantemente por su cabeza como si fuera una película repitiéndose constantemente en el proyector de su mente. A pesar de que había sentido el rozamiento de sus párpados al replegarse y que, por tanto, sabía que tenía los ojos abiertos, no alcanzaba a ver nada. Su vista estaba borrosa, probablemente a causa de todo el estrés físico y mental de aquella noche. Sólo alcanzaba a captar la circunstancia de que se encontraba en una sala muy bien iluminada, pues la nube borrosa que percibían sus ojos tenía un sólido fondo blanco. Poco a poco comenzó a sentir el resto de su cuerpo. Se estaba desentumeciendo lenta pero eficientemente. A la vez que volvía a ubicar su cuerpo, su vista se iba aclarando. Por un segundo quiso animarse por ello, pero, al ganar verdadera consciencia de su situación, se arrepintió de haberse despertado. Se encontraba totalmente inmovilizado en una camilla. Sus piernas estaban separadas al doble de la anchura de sus caderas con los tobillos bien fijados a la superficie, y sus brazos estaban separados, subidos por encima de la cabeza, extendidos y separados al doble de la anchura de sus hombros, unidos a la camilla por las muñecas con unos grilletes metálicos muy duros. Su cuello no estaba atado a la camilla, por lo cual pudo mover la cabeza para mirar a su alrededor. Se vio completamente desnudo y solo en la estancia. Cuando miró hacia abajo para ver sus piernas, no pudo concentrarse en ellas, pues sus ojos se volcaron, llenos de sorpresa y angustia, en un enorme aparato que estaba en su entrepierna y dentro del cual descansaba su pene, el cual prácticamente no podía sentir. Torció el gesto en señal de asco y, al hacer eso, notó algo en su nariz. Trató de girar los ojos para buscar de qué se trataba y, cuando vio una conducción con forma de tubo que se alejaba de ambos lados de su cabeza hacia otro aparato que prefirió no mirar con detenimiento, entendió lo que llevaba puesto en sus fosas nasales. Como médico, no le costó reconocer que era un catéter nasal parecido a los que se usan en los centros médicos para suministrar oxígeno a los pacientes que así lo requieren.

¿Qué coño está pasando aquí?-pensó el joven, aún con dolor de cabeza.

Apoyó la cabeza en la camilla, la cual, como no esperaba que fuera de otra manera, era bastante incómoda. Al quedar sus ojos mirando al techo, el soldado se dio cuenta de que la sala era muy alta. A varios metros por encima de él, un trozo de pared se abrió como si fuera un biombo, revelando una ventanilla tras él que comunicaba con otra sala.

Buenas noches, soldado.-el chico oyó una voz.

¿Quién demonios eres?-preguntó Émile.

Tranquilízate.-respondió la voz-He venido simplemente a hacer mi trabajo. Relájate, todo irá bien.

Desde la sala que acababa de dejarse ver había un torturador que le estaba hablando a través de megafonía. Por lo que el soldado podía comprobar, su voz también llegaba a la sala donde estaba su actual enemigo.

Has venido a putearme, ¿verdad?-insistió el soldado-Bien alejado de mí y desde la protección de una pantalla que seguro que está blindada. ¡Sois TAN valientes!

Lo importante en la guerra es doblegar a tus enemigos.-se limitó a responder el torturador-A nadie le importa ser valiente o tener honor.

Mira, tu discurso está empezando a darme asco y sólo acabas de empezar.-lo cortó Émile-Haz lo que has venido a hacer y cállate. Supongo que no tengo mucho más que perder. Hemos sido derrotados a manos de nuestros enemigos, traicionados por nuestros aliados y hemos sufrido bajas importantes. Además, he perdido mi pelo. ¿Crees que voy a ponerme exquisito ahora? Esta forma de morir es un asco, pero creo que mi vida ha sido más que satisfactoria.

¿Dices que estás dispuesto a morir?-el torturador se sorprendió-¿Que no te importa siendo tan joven?

No me importaría seguir viviendo, pero no creo que eso vaya a suceder.-se limitó a responder el soldado-He sido un capullo toda mi vida, es normal que muera joven y de mala manera, o eso nos han enseñado desde pequeños. Es probable que nadie llore mi muerte, pero estoy tan contento de haber sido un capullo que no puedo quejarme de mucho.

Te voy a dar AHORA MISMO motivos para quejarte, ¡JAJAJAJAJAJAJAJA!-respondió macabramente el torturador.

El aparato que Émile tenía entre las piernas comenzó a desplegarse, dejando ver que realmente era una bomba de vacío enorme. Al estar completamente formada y sin el armazón metálico que anteriormente la recubría, el soldado por fin pudo ver su pene a través de las paredes transparentes de la misma. Estaba totalmente flácido, por lo que se preguntó cómo habían conseguido introducirlo ahí.

¿Quieres ponerte cachondo una última vez antes de perecer?-preguntó el verdugo.

Quiero que te vayas a la mierda.-respondió el soldado taimadamente.

Consideraré esa respuesta como un “sí”.-el torturador se encogió de hombros y pulsó unos botones del ordenador con el que estaba trabajando.

La máquina que había detrás de Émile se activó. Parecía una especie de bombona gigantesca de la cual salían unos tubos que se unían al catéter nasal que llevaba el soldado. Una pequeñísima cantidad de gas comenzó a salir hasta introducirse, gracias a los tubos, en la nariz del soldado. Sorprendentemente, éste sólo notó un aroma muy agradable.

Una mezcla de esencias de vainilla, nuez de Macadamia y clavo.-mentalmente, el soldado identificó rápidamente lo que llegaba a su nariz-Huele realmente bien. No entiendo nada, pero no voy a quejarme.

Como consecuencia del fragante, dulce y envolvente aroma de aquella mezcla, el cuerpo de Émile comenzó a relajarse. De pronto, el flujo se cortó, haciendo que el chico notara cómo circulaba rápidamente un gas incoloro e inodoro a presión para aseptizar el tubo y prepararlo para su reutilización. De manera inmediata, al acabar el flujo de ese gas limpiador comenzó a fluir otro perfume que no tardó en oler profundamente.

Rosa de Bulgaria y almizcle.-pensó Émile-Qué rico…

A pesar de que el cuerpo del chico se estaba relajando, su mente, que quería despegar, se tropezó de nuevo contra la dura realidad: entendió entonces lo que aquel demonio quería hacer con él. Notó cómo su sangre entraba en su pene: estaba teniendo una potente erección.

¡Qué fácil ha sido prepararte para usar la bomba!-se sorprendió el torturador-Tu sensibilidad a los aromas, que ha sido siempre un arma de combate para ti, va a costarte la vida esta noche. No puedes hacer nada para que tu erección baje: ¡estás seducido por unas fragancias de las que no te podrás liberar!

¡Hazlo, lo estás deseando!-exclamó el soldado, que se negaba a mostrarse débil.

El torturador activó la bomba. Émile notó una fuerte e incómoda succión. Pronto empezaría a dolerle el pene.

Qué incómodas son estas mierdas.-pensó Émile-No sé quién coño se puede comprar una para usarla en su casa.

Durante unos minutos, el militar aguantó en silencio la succión de la bomba mientras era acribillado con diferentes fragancias que anulaban sus intentos de resistencia.

¿Tantas ganas quieres de que me crezca la polla?-preguntó-¿Me estás diciendo que la tengo pequeña? ¿O es que necesitas lo de cuatro tíos como yo para llenarte?

No es para mí.-se limitó a responder el torturador-Es una forma original de acabar con tu vida.

Las bombas de vacío se las compra la gente para agrandarse el miembro.-respondió el soldado-No sé cómo me vas a matar con esto. ¿Por qué no bajas aquí y combatimos?

Qué ingenuos sois los humanos.-el soldado Mazoku intensificó la potencia de la bomba mientras hablaba.

Ngh…-gimió Émile.

El chico vio que su pene estaba hinchado, enrojecido y más lleno de sangre que de la cuenta. También vio que dentro de la bomba se empezaban a desplazar en el sentido longitudinal, enroscándose en su pene, unos anillos muy suaves que se deslizaban acariciando todo el miembro. Aquella atípica y gigantesca bomba de vació llevaba incluidos unos anillos deslizantes masturbadores que mezclaban el dolor de la succión con el placer de un masaje, causándole una sensación muy rara y explosiva que sólo generaba un deseo irrefrenable de librarse de ella.

Esto no me gusta nada.-pensó el joven militar.

¿No te da gustito?-preguntó el mercenario Mazoku con sorna.

Me da ASCO.-contestó Émile-Verdadero asco. ¿Qué tratas de hacer con esto? Me estás hinchando las partes en el sentido más literal de la palabra.

No te hagas el gracioso, no te servirá de nada.-le espetó su torturador-Tienes poco que hacer ahora mismo. Por desgracia para ti y por suerte para nosotros, tu hora está a punto de llegar.

Sois más repetitivos que un disco roto.-Émile se mostraba estoico-Si vas a hacer algo, hazlo ya. ¿Acaso estoy ante un perro ladrador y poco mordedor?

Estoy haciendo lo que debo.-se limitó a contestar el torturador-Tu cuerpo tiene que reaccionar para que mis máquinas sigan funcionando. Voy a incrementar levemente la concentración de los perfumes para ver qué tal te sienta.

Émile notó que los aromas que le llegaban eran más fuertes, pero no dejaban de ser agradables. A causa de esto, su pene comenzó a humedecerse, pues la excitación de los olores lo había hecho más sensible.

¡Llegó el momento de la fiesta!-gritó el torturador-¡A chupar con la aspiradora!

¿Qué?-preguntó Émile extrañado.

La bomba de vacío estaba dotada de una potente aspiradora en el extremo superior. El líquido del pene de Émile comenzó a ser succionado y transmitido a través de un tubo. Los anillos masturbadores estimulaban el pene del chico para que se mojara más, la bomba lo apretaba y la aspiradora lo obligaba a salir disparado, por lo que, en cuestión de segundos, el militar estaba lubricando más por física pura que por placer o estimulación. Sentía un fuerte dolor en el pene y se encontraba cada vez más mareado e incómodo.

Esta basura está haciendo efecto.-se planteó el joven soldado-¿Qué será lo siguiente?

El torturador, como si le hubiera leído la mente a su víctima, activó el siguiente mecanismo.

¡Esto te va a encantar!-se jactó.

A Émile dejó de llegarle perfume. Notó otro chorro de gas limpiador y, acto seguido, por el catéter comenzó a pasar un líquido que entró forzosamente en su nariz, haciéndole toser y convulsionarse. Como no podía mover las extremidades, su espalda se arqueó  hacia arriba.

¡PUAJ!-escupió Émile-¿Qué demonios es…

El soldado se paró a pensar. Aquel líquido tenía un olor muy familiar. Entendió que se trataba de los fluidos de su propio pene, que estaban siendo recirculados en el interior de su cuerpo.

¡Maldito seas!-gritó el soldado entre toses y regurgitaciones.

El pene de Émile estaba siendo obligado a producir líquido preseminal de manera aumentada y continua y, conforme salía, era aspirado y reconducido a su nariz, filtrándose por su garganta y causándole incomodidad, toses y necesidad de escupir constantemente, costándole cada vez más respirar. Su cuerpo no paraba de convulsionarse y sus músculos comenzaban a dolerle por el deseo irrefrenable de oponerse a los grilletes.

¿A que es genial?-preguntó el torturador-Vas a morir con tu propia baba. ¡JAJAJAJAJA! Y esto es sólo el principio.

Con fruición, el verdugo pulsó otro botón de su aparato de control e hizo que en el catéter comenzase a mezclarse líquido preseminal con perfumes, causándole al cuerpo y a la mente de su víctima gran confusión y malestar. Presa de una mezcla de dolor y placer muy indeseable, Émile sentía que iba a morir en una explosión de locura.

Te queda un tiempo de vida variable.-anunció el verdugo-Cuanto más retengas el orgasmo, más vivirás, pero, cuando te corras, gracias a estos aparatos vas a soltar tanta leche que, al recircular, te va a encharcar las vías aéreas hasta que mueras ahogado. ¡JAJAJAJAJAJAJA!

Émile, que trataba de mantener la cabeza fría para resistirse, terminó de entender el objetivo de aquella extraña combinación de máquinas. Ese hombre llevaba razón: si llegaba al orgasmo, su propia eyaculación lo mataría. La angustia empezó a apoderarse de él. Se trataba de una muerte muy dolorosa, asfixiante y asquerosa.

¿Qué está pasando?-preguntó el torturador, dejando de prestarle atención a Émile.

Por una fracción de segundo, el joven soldado se sintió un poco más lejos de su inminente muerte. A través de la megafonía oyó un grito de guerra y un golpe. La voz le resultó familiar, aunque no estaba en condiciones de tratar de identificarla. Sólo vio al torturador estampado contra la ventana que lo separaba de la sala donde se encontraba. Estaba demasiado ocupado contrayendo todo su cuerpo para no eyacular.

¿Quién te ha dado permiso para entrar aquí?-preguntó con furia el torturador mientras se incorporaba.

Aquel verdugo no tuvo más oportunidades de responder. Mientras trataba de contener su orgasmo, Émile vio cómo su enemigo era asesinado con cuatro cuchillos kunai: dos de ellos fueron lanzados contra sus ojos, otro contra su boca y otro contra su cuello. Tras ello, una mano que no alcanzaba a ver agarró su cuerpo del cuello de la túnica, estampándolo repetidas veces contra la ventana, provocando así un macabro desparrame de sangre. Después de varios golpes, finalmente el desconocido que acababa de irrumpir allí logró romper la ventana con el cuerpo del verdugo muerto, dejando que cayera libremente y de cabeza al suelo.

Me encanta el sonido de los cráneos y las vértebras de los Mazoku rompiéndose al caer al vacío.-dijo la voz familiar que había oído antes el soldado.

Émile vio cómo desconocido saltó hacia la sala en la que se encontraba. Al acercarse al suelo, sus ojos pudieron distinguir que se trataba de Hagane, su mayor enemigo, que había caído de pie elegantemente en el suelo.

¡MIERDA!-gritó Émile al notar el orgasmo que no había podido reprimir por la captación de atención que había supuesto la caída de Hagane desde lo alto.

Su semen comenzó a entrar por su nariz, pero, a pesar de que era incómodo y molesto, no llegó a ahogarse: Hagane había saltado ágilmente hacia la camilla y había destrozado todos los tubos con sus abanicos. Sin mediar palabra, cortó también los grilletes y le arrancó de la nariz el trozo de catéter que le quedaba puesto, dejando suelto un hilo de semen que goteaba de la nariz del maltrecho soldado.

¿Estoy salvado?-se preguntó Émile incrédulo-¡¿Por un Taimanin?!

Mientras su cabeza trataba de ordenarse, Émile se dejaba arrastrar por Hagane, quien lo había levantado de la camilla y lo había puesto de pie sujetándolo de los hombros. Las miradas de los dos jóvenes se enfrentaron.

De nada.-se limitó a decir el Taimanin.

Con suma alegría, Hagane le propinó un potente rodillazo en el estómago a Émile, haciéndole escupir todo el semen que le había entrado, liberando sus vías aéreas. Tras ello, le dio la espalda y dobló con fuerza sus brazos contrayendo sus bíceps y rotando sus hombros, clavándole los dos codos debajo del esternón, terminando de limpiar su nariz y su garganta a la vez que hacía que cayera al suelo.

¿La maniobra de Heimlich era mucho pedir?-se quejó Émile llevándose las manos a su dolorido abdomen sin levantarse.

No, claro que no. Es muy fácil.-respondió Hagane-No obstante, el que tengas que agradecerme de por vida que te haya dado las hostias más fuertes de toda tu carrera es para mí un motivo de alegría, algo así como que te olvides de lo que son las botellas y tengas que beber de mi polla el resto de tu vida.

¿Y se supone que esto es mejor que morir?-preguntó Hagane mientras respiraba con fuerza.

¡De nada, de verdad!-insistió el Taimanin-Por cierto, vaya pedazo de rabo, ¿no?

¿Te gusta?-inquirió el soldado con sorna.

Si no le faltara el trozo más bonito, probablemente sí.-explicó el ninja-Pero así no.

Sin hacer caso del malherido soldado, Hagane se acercó hasta los armarios de la sala. En uno de ellos encontró la ropa de Émile y en otro había sábanas, toallas y agua. Pensó que serían para mantener vivos a los presos de aquella sala de tortura mientras les hacían maldades.

Con esto puedes limpiarte todo el cuerpo y vestirte.-explicó Hagane-Si vas a venir conmigo, no quiero que vengas con la boca llena de saliva y con la entrepierna chorreando. Un mínimo de higiene, ¿no?

¿Quién ha dicho que voy a ir contigo?-inquirió Émile.

Yo.-contestó el Taimanin-Si aprecias mínimamente a la teniente Margaret Johnson y no quieres que muera por tu culpa, vendrás conmigo. Tu vida puede no importarte, pero no es la única que está en juego con tu decisión: las de tus compañeros también lo están. Como no os portéis bien con nosotros lo vais a lamentar. No hemos venido a salvaros por piedad, sino para que nos debáis la vida, para que sea la última vez que nos dificultáis las cosas y para que paguéis por todos vuestros errores garrafales. Forma parte de nuestros principios como Taimanin el evitar al máximo posible las muertes humanas en la guerra contra los Mazoku. Levántate, mancha todas las sábanas y las toallas que quieras limpiándote y aprovecha que hay agua en abundancia. Tu ropa está ahí, así que no tendrás que pasar vergüenza arrastrando ese obelisco en el que el verdugo ha convertido a tu pene. ¿Te digo algo para animarte? Tus tacones están aquí guardados e intactos. No se han partido.

Está bien.-el soldado se resignó.

Hagane le dio la espalda durante unos minutos para que no se sintiera observado mientras se limpiaba y se aseaba. Émile notó que dolor en el pene apenas le dejaba moverse, pero estaba haciendo acopio de fuerzas para evitar verse en una deuda mayor con una persona a la que había llegado a odiar. Al terminar de vestirse, arrancó un cable de la bombona de los perfumes, provocando un escape. Dejó que el aroma lo impregnara, tratando de limpiar todo lo que le habían ensuciado aquella noche. Tras ello, el Taimanin señaló la puerta.

Probablemente te hayan metido aquí por esa puerta.-dijo-Por donde yo he venido no hay ni rastro de los tuyos. Dado que habrás llegado aquí inconsciente, es mejor que salgamos por donde tú has entrado y busquemos a los demás.

Vale.-respondió Émile sin ni siquiera mirarlo.


El rítmico y penetrante sonido de los tacones de ambos jóvenes cruzó y abandonó la sala a través de aquella pesada puerta.