sábado, 31 de agosto de 2013

[SSS] Capítulo 2: Maremágnum emocional

Capítulo 2: Maremágnum emocional

¡NO!-gritó Myo mientras abría los ojos y se incorporaba de golpe.
El reloj de pared marcaba las siete menos veinte de la mañana. Apenas podía vislumbrarlo, le había costado horrores enfocar la vista. Veía borroso, estaba dolorido, cansado, con un tremendo dolor de cabeza y con mucho calor. El sudor recorría su esbelto cuerpo. Estaba en ropa interior. El tremendo calor que estaba pasando le habría hecho quitarse la ropa entre sus delirios nocturnos. Empezó a reconstruir los hechos. Recordó claramente cómo había puesto fin a la vida del monstruo que lo intentó violar. Lo demás comenzó a emborronarse. Se tiró al suelo y empezó a pensar en muchas cosas a la vez, le subió la fiebre, sus lágrimas se mezclaron con sudor y la extenuación acabó por sumirlo en un sueño intranquilo, lleno de pesadillas, despertares intermitentes e inquietud general. Realmente tenía mucho calor. El sudor que bañaba su plano pero poco musculado abdomen había hecho que todo el semen que tenía por encima no se resecara. Estaba pringoso, húmedo y caliente por todas partes. El olor del semen se mezcló con el del sudor a lo largo de la noche. Se hallaba embriagado en su propia aura soporífera. Se levantó, sintiendo unas fuertes agujetas en todo el cuerpo, en adición con los dolores posturales de haber dormido en el suelo. Rápidamente metió toda su ropa en la lavadora. Se quitó los castigados y empapados bóxers y los añadió también al tambor de la máquina. Puso a lavar todo lo que llevaba puesto el día anterior, activando la opción de secado posterior. Acto seguido, se fue a la ducha, todo ello de manera mecánica, como si fuera un autómata sin juicio. El agua fría arrastró toda la suciedad de su cuerpo mientras rebajaba su excesivo calor corporal. Mientras pensaba en todo lo que había pasado en las últimas horas, se enjabonaba el cuerpo. ¿Por qué se estaba duchando? ¿Qué sentido tenía lo que hacía? ¿Por qué sucedía todo? El joven estaba perdido. Su mente sólo procesaba dos ideas: contactar con sus padres y rodearse de sus amigos. Haría mecánicamente todo cuanto fuese necesario para lograr tales propósitos, y lo primero era quitarse la fluida y cálida película que envolvía su castigado cuerpo. Salió de la ducha sin secarse lo más mínimo y caminó por su casa con todo el cuerpo mojado y desnudo. La ropa estaría lista en pocos minutos. Tenía que desayunar, pero no tenía hambre. Decidió saltarse cualquier actividad que implicase introducir materia en su ya de por sí revuelto estómago. Mientras se secaba al aire, esperaba con paciencia a que la máquina terminase su tarea. Entró, impaciente, a su cuarto, donde abrió su armario y sacó unos bóxers amarillos de un cajón que no tardó en ponerse. No quería cambiarse de ropa ese día. Quería llevar la misma ropa con la que estuvo a punto de morir, esta vez limpia y libre de impurezas. Se dejó caer en la cama, mojando el edredón con su todavía húmedo cuerpo. Mientras pensaba en el hijo de Mikoto y en la propia Mikoto, a quien había asesinado, oyó el pitido de la lavadora-secadora. Sacó la ropa y se la puso. Mientras se ataba la bufanda, sonó su móvil.  Lo cogió y casi lloró de la emoción al escuchar la voz de su madre.
Myo, hijo mío… ¿estás bien?-preguntó una dulce voz de mujer.
¡Mamá!-exclamó Myo sin apenas poder retener las ganas de llorar de miedo, impotencia, inseguridad y debilidad.
Hijo, sólo quiero decirte que espero que estés cuidándote, dando lo mejor de ti y esperándonos tanto como nosotros esperamos verte a ti.-dijo la mujer-Apenas tenemos tiempo…tu padre quiere ponerse.
¡Myo!-se oyó una voz masculina muy animosa y algo grave-¡Seguro que has crecido! ¡Ya estarás más cerca de ser un hombre hecho y derecho!
Padre…-Myo estaba llorando a lágrima viva en el más absoluto de los silencios-…yo…os quiero mucho. Gracias por llamar. ¿De verdad que no podemos hablar?
La línea se va a cortar en breve.-se lamentó su padre-Nos encantaría. ¡Tu madre te manda muchos besos! ¡Cuídate, hijo! ¡Preséntanos a la madre de nuestros nietos cuando volvamos! ¡JAJAJA!
La conexión se cortó súbitamente. Myo lloraba. Se sentía horriblemente mal por no poder hablar con sus padres, pero, a la vez, se encontraba muy revitalizado ahora que había escuchado sus reconfortantes voces. Su ánimo para ir a clase había incrementado una pequeña brizna, lo suficiente como para no llegar tarde y ver a sus amigos. Miró el reloj. Estaba a tiempo. Cogió la cartera tras introducirle, sin ganas ni entusiasmo, el material que iba a necesitar para ese día, salió, cerró con llave y echó a andar.
Alice, Priscille y Michelle lo esperaban. Ellos sabrían darle el apoyo que necesitaba. Se paró en seco durante unos segundos. ¿De verdad tenía que juntarse con ellos? ¿No sería mejor esperar a que su caos mental se disolviese un mínimo? ¿Qué pensarían sus amigos si les contaba, con pelos y señales, lo que había pasado? ¿Tendría que evitarlos?
Volvió a caminar, esta vez con paso fuerte y ligero. Bajo ningún concepto evitaría a sus mejores amigos, el pilar fundamental de su vida, sus hermanos, sus confidentes, sus compañeros en todo. Sus dudas y sus miedos no debían cegarlo en ese sentido. Entre los cuatro, las únicas cosas que no existían eran los secretos, la vergüenza (salvo la timidez de Alice en los vestuarios), los tabúes, etc.
Ya divisaba las puertas del instituto Torikamiya, su escuela privada masculina.  Quedaban diez minutos para que comenzaran las clases. En el vestíbulo distinguió al pequeño y delgado Alice. Estaba hablando con un chico más alto que él y que el propio Myo. Era también bastante delgado, no tanto como el huesudo Alice, sino más o menos de la complexión de Myo. Su cabello era de un blanco resplandeciente, lacio y largo hasta un poco por encima de los codos. Tenía unos brillantes, grandes y solemnes ojos rosas cuya mirada, profunda y sabia, se escudaba tras unas gafas de lentes rectangulares con bordes redondeados y montura fina y plateada. Sus ojos se cruzaron con los de Myo.
¡Eh!-exclamó mientras en su rostro se dibujaba una enorme y sincera sonrisa a la vez que saludaba con el brazo-¡Myo!
Myo sintió un calor que comenzó a debilitar las cadenas de hielo que fustigaban su alma. El chico, que llevaba el uniforme escolar con la corbata en color violeta, hizo que Alice, que también llevaba ya el uniforme, también se girase y saludase con su pequeño atisbo de voz.
Alice…Priscille…-Myo estaba todavía dándole vueltas a la cabeza-¡buenos días!
¿Qué te pasa, Myo?-preguntó Priscille con un marcado tono de curiosidad que siempre se notaba cuando hacía alguna pregunta y armonizaba mucho con su voz melodiosa y juvenil.
Myo tragó saliva. Se vio y se oyó perfectamente cómo su prominente nuez se movía.
Creo que…-dijo Myo-…hay algo de lo que debemos ha…-una voz fuerte le interrumpió.
¡Hola, mis pequeños amigos!-exclamó una voz grave de tendencia varonil, con todavía un marcado dejo de juventud e inexperiencia.
Por el otro lado del pasillo, que partía del vestíbulo había llegado un chico más alto que los otros tres, de hombros muy anchos, músculos bastante marcados pero poco prominentes en todo el cuerpo, brazos grandes, piernas largas y de aspecto duro y musculado, piel pálida y lampiña y ligero de ropa. Llevaba unos shorts negros muy ajustados, una camiseta sin mangas blanca también ceñida y unas deportivas blancas con cordones rojos. Sus ojos eran rojos, del mismo color que su pelo, desordenado y encrespado, del que partía, sujeta con un coletero muy apretado, una fina cola de caballo, como una hebra, larga hasta la altura de sus ingles.
¡Buenos días, Michelle!-dijo Priscille con tono animoso-¿Qué haces tan temprano vestido para hacer deporte?
Ya sabes, joven Einstein.-respondió con cariño el atlético recién llegado-La semana cultural se acerca y vamos a competir con otras escuelas de la ciudad en muchas actividades. Mientras los ratoncillos de biblioteca flipan ante la derrota que les vas a impartir, yo… ¡les enseñaré a los fortachones de qué está hecho el capitán del Club de Halterofilia!-apretó el puño mientras encogía su brazo para marcar bíceps.
Alice sonrió y bajó la mirada. Myo no sabía si alegrarse o resentirse por haberse visto interrumpido cuando se había decidido a dar el paso de contar lo que había pasado.
¡Tres minutos!-reparó Alice-¡Myo, Michelle, id y poneos el uniforme!
¡Cielos, no me había dado cuenta!-exclamó Michelle-¡Llevo desde las cinco de la mañana entrenando aquí con los del club! ¡Tendría que ducharme!
Vas a tener que hacerlo en el recreo, tenemos Matemáticas dentro de tres minutos, el profesor no soporta la impuntualidad.-recordó Priscille, quien se llevaba muy bien con todos los profesores, sin ser el de Matemáticas una excepción.
¡Bien pues!-dijo el joven Michelle-¡CORRAMOS!
Agarró a Myo de las costillas y se lo llevó corriendo como si fuera un paquete.
…-Myo no sabía si decir algo o no.
Podía sentir el calor corporal de su amigo. Su olor a hombre. La humedad de su sudor. Lo que le gustaba verdaderamente de todo eso era la confianza subyacente, el hecho de que no le importase llevarlo corriendo para no llegar tarde y de que él mismo le perdonase a su amigo el ir sin ducharse. Eran un placer, un bienestar y una tranquilidad indescriptibles. Llegaron a tiempo a la clase. Cuando el profesor entró, Alice le estaba ajustando a Michelle el nudo de su corbata, que era roja. Con las prisas, no lo había hecho bien.
. . .
Matemáticas y demás materias corrieron por las fluidas carreteras del tiempo. Llegó la hora del recreo. Los cuatro amigos salieron del aula con sus carteras. Tenían media hora de descanso, y lo que solían hacer siempre era sentarse en corro en algún rincón apartado y comer algo mientras charlaban y desconectaban durante un rato de las intensas clases.
Realmente tiene que ser mucho y muy intenso el ejercicio diario que haces para no engordar con ESO, Michelle-kun.-dijo Priscille mientras su enorme amigo devoraba un perrito caliente.
¡Esto se quema con unas doscientas flexiones de cada tipo!-respondió con una sonrisa mientras se quitaba las manchas de kétchup de los labios con una servilleta.
Cuánta fuerza, paciencia y dedicación para hacer tantas flexiones…-reparó el joven de gafas.
La misma que tienes tú para devorar en tiempo récord libros más pesados que mis mancuernas de entrenamiento, supongo…-respondió Michelle alabando el intelecto de su amigo.
Es una buena perspectiva.-concedió Priscille con una sonrisa de satisfacción. Ambos se miraron con mucha felicidad.
Mientras Priscille y Michelle comían y hablaban, Alice tomó un trago de té del termo que llevaba en la cartera. Acto seguido, reparó en que Myo estaba cabizbajo y sin tomar nada.
¿Qué te pasa, Myo?-preguntó Alice inclinando la cabeza para intentar cruzar su mirada con la de su amigo-¿No comes nada?
No tengo hambre…-respondió Myo con tono lastimero.
Michelle y Priscille, algo ajenos a la conversación entre Myo y Alice, se callaron y se giraron de golpe hacia ellos. Priscille se ajustó las gafas y Michelle se rascó la barbilla mientras arqueaba una ceja.
¿Qué sucede, Myo-chan?-preguntó Michelle alterado-¿Por qué estás así? ¡Pareces un alma en pena!
¿Te ha sucedido algo grave o difícil de asimilar últimamente?-inquirió Priscille-No tienes buen aspecto, y no estás comiendo nada. Eso no es nada propio de ti…eres el que mejor sonríe de los cuatro, ¿por qué ahora no lo haces?
Alice se llevó las manos a la boca y puso ojos de sorpresa.
¡Pequeñajo!-Michelle le puso una pierna a Alice en el regazo. Era bastante flexible para los músculos que tenía-¿Tú sabes algo?
Si ha pasado algo durante estos cuatro días que hemos estado ausentes preparando la semana cultural…-dijo Priscille-sabes que puedes contárnoslo. Me imagino que Alice sería tu única compañía en ese mal trago…
No, no es eso…-a Alice se le cortaba la voz.
El delgado y pequeño joven le puso a Myo una mano en un hombro.
Ha habido otro ataque…-dijo con un hilo de voz-…en el bloque de viviendas de Myo…fue ayer por la tarde, a la hora a la que, más o menos, suele llegar a casa siempre…
¡Cielos!-exclamó Michelle volviendo a recoger la pierna-¡Esta mañana no he podido ver las noticias, llevo aquí desde las cinco!
Sabía que dejarle el mando de la tele a mi hermano para que pusiera el telediario a la hora y que me avisara para dejar de estudiar y ponerme a verlo no era buena idea…-dijo Priscille.
Es eso, ¿no?-dijo Michelle en tono sobreprotector-Tienes miedo, ¿verdad? No temas, no estás solo. Te acompañaremos a todas partes. ¡IREMOS CONTIGO AL BAÑO SI HACE FALTA! ¡NOS DUCHAREMOS JUNTOS! ¡TE LLEVAREMOS LA COMIDA A CASA!
Todo el pasillo se giró.
¡Michelle!-susurró Alice con incomodidad.
Perdón…-dijo Michelle con una sonrisa de vergüenza mientras se rascaba el pelo por la zona de la nuca.
Puedo idear trampas para proteger tu apartamento.-dijo Priscille-No es lo más normal en estos casos, pero tu seguridad es prioritaria.
Myo se sentía abrumado. Precisamente de eso quería hablar. Si mencionaba lo sucedido ayer, rompería a llorar delante de todo el alumnado.
Yo…-dijo Myo mientras notaba cómo se le calentaba la cabeza y le empezaba a doler a la vez que la fría mano de Alice hacía por aliviar sus líos-…es por eso…quiero hablar de…
No sabía cómo hacerlo. Quería hacerlo, pero sólo entre sus amigos. No quería que estuviera todo el pasillo cerca. Sonó el timbre que puso fin al recreo. Myo se armó de valor, tragó saliva y se levantó.
¡Os lo contaré a la salida, cuando estemos libres!-dijo como si fueran a matarle si no decía una frase satisfactoria-Pero, por favor, por favor…-hizo ademán de caer de rodillas, pero el fuerte Michelle lo sujetó con un brazo y le dejó que lo agarrara del mismo-…que estemos…los cuatro solos…sin nadie alrededor.
¡Dalo por hecho!-dijo Michelle con un tono muy fraternal-Pero no te nos desmayes por esto, o te llevaré corriendo al hospital aunque tenga que saltar por la ventana para atajar y me deje las piernas en el trayecto.
Por supuesto, Myo.-le aseguró Priscille mientras le palmeaba un hombro-Nadie nos interrumpirá. Escucharemos lo que nos tengas que decir.
Ya lo sabes…-dijo Alice enfocando con sus manos el rostro de Myo hacia el suyo para que sus miradas se enfrentaran-…estamos aquí para ayudarte en lo que necesites. No quiero verte triste.
Gracias…-dijo Myo con los nervios a flor de piel. Le temblaban las piernas.
Entraron al aula de nuevo. Segundos después,  llegó otro profesor.
. . .
Terminadas las clases, Myo, Alice, Michelle y Priscille se fueron al vestuario junto con otro enorme tropel de chicos. Los de secundaria tenían vestuarios en el piso de abajo, en un sótano. Entre los de Bachillerato, había un vestuario para cada curso. Pronto, todos los púberes bajaron unas escaleras y los más veteranos subieron otras. Los cuatro chicos se quedaron en la misma planta y entraron al vestuario junto con el resto de chicos de su promoción, formada por cinco grupos.
La mayoría de los chicos se cambiaban en medio de la amplia estancia, entre los bancos y las perchas. Myo, Priscille y Michelle hicieron lo propio. Alice se retiró a la seguridad de una mampara opaca.
Mientras Myo se ponía la ropa, recordó, de nuevo, que era la ropa con la que había estado a punto de morir y con la que había pasado unas agónicas horas untado en una tórrida capa de sudor y semen. Su mirada sin enfoque se perdió hasta bañarse en rojo. Cuando parpadeó, vio que lo que había llamado su atención eran los bóxers de su amigo Michelle, blancos, muy ceñidos y con el dibujo de una piedra preciosa roja en la entrepierna, con el elástico en color rojo.  Pronto apartó la mirada y se puso a atarse las zapatillas. Algo negro y voluminoso lo rozó.
¡Ah, perdona!-se excusó Michelle mientras recogía su gabardina-¡Se me ha escapado!
Un día le vas a sacar un ojo a alguien con eso…-dijo Priscille mientras se ajustaba la ropa.
¿Eso lo dices desde el más profundo rencor?-preguntó Michelle con cierta picardía-¿Porque fuimos juntos a la tienda el día que me la compré, te gustó y no había de tu talla?
Perdóname por no ser un gigante.-respondió Priscille poniendo los brazos en jarras, haciendo ademán de enfadarse-Además, sé que te encantaron.-el joven estiró la pierna y mostró su pie a Michelle-De la misma tienda, compradas el mismo día, y no había de tu número. Parece que los gigantes tendéis a ser un poco pies-grandes también, ¿no?
¡Me llevé tu gabardina porque te llevaste mis botas!-respondió Michelle haciendo muecas de enfado sobreactuadas.
¡Me llevé tus botas porque te llevaste mi gabardina!-Priscille apretó los puños como si estuviera enfadado.
Esta gabardina te quedaría como a un fantasma su sábana.-dijo Michelle sacudiéndose los hombros.
Estas botas te quedarían como preservativos en los pies.-respondió Priscille sin inmutarse.
Michelle rompió a reír y abrazó con mucha fuerza a Priscille. Éste se giró hacia él y le devolvió el abrazo.
Algún día sacaré más nota que tú en un examen.-dijo Michelle sin poder contener la risa.
Claro, lo programaremos para el día en el que te levante del suelo con una mano.-respondió Priscille con una sonrisa.
Esto…-dijo Alice-¿ya nos podemos ir?
Acababa de salir del vestuario y estaba listo para marcharse a casa. Myo, Michelle y Priscille asintieron.
El estrambótico cuarteto se dirigió hacia la salida. El forzudo y el erudito no eran poco llamativos. Michelle ostentaba una camisa blanca abierta hasta la mitad del esternón, mostrando su lampiño cuello, sus marcadas clavículas y sus anchos pectorales, unos pantalones negros rectos, algo estrechos, de tiro alto y sujetados con un ancho cinto de tela de color rojo muy saturado. Caminaba con unos botines negros con poca suela, y llevaba una voluminosa gabardina negra atada a su cuello mediante un cordón que unía las solapas del cuello, de tal manera que le colgaba como una capa y le cubría los hombros. Priscille llevaba un chaleco negro recubierto de plumas negras, una camiseta blanca ceñida de manga corta con una cruz rosa grande en el centro, unos pantalones negros muy ajustados con una pequeña sobrefalda de plumas negras hasta un poco por debajo de las ingles, unos guantes negros y unas botas altas de suela gruesa, cierto tacón y que le llegaban hasta algo más de la mitad de las espinillas.
Vamos por aquí.-señalo Michelle-Ningún chico del instituto toma este camino para volver a casa. Estaremos solos, tal y como Myo lo ha pedido.
Asintieron y avanzaron juntos hasta un banco que estaba entre dos árboles y al amparo de la niebla, en un poco transitado y algo lóbrego parque.
Dejaron que Myo se sentara en el centro y los demás se quedaron acuclillados en el suelo a su alrededor, mirándolo y dispuestos a tenderle sus manos si él se entristecía.
Tómate tu tiempo para pensar lo que quieres decir…-pidió Priscille-…o para decidir si quieres decírnoslo o no. Te esperaremos lo que haga falta.
Veréis…-dijo Myo muy nervioso-…quiero saber una cosa antes. Alice… ¿qué has escuchado en las noticias?
Pues…básicamente, que, ayer por la tarde…-Alice comenzó a hablar-…una mujer llamada Mikoto falleció tras dejar a su hijo solo en casa y salir dando gritos y echando maldiciones. Era la prostituta de tu barrio, tu vecina de al lado, ¿verdad? Los analistas decían que su perfil coincidía totalmente con el de las demás mujeres mutadas. A diferencia del resto, Mikoto ha muerto, pero se sabe que las otras huyeron tras cometer el crimen y andan sueltas donde nadie las ha encontrado aún. Se desconoce quién fue la víctima del ataque de esa mujer…así como las circunstancias de su muerte.
Ya sabían que Mikoto estaba muerta. Tal vez, toda la noticia de aquella mañana le serviría para agilizar el proceso y sacarse la espada que tenía clavada en el corazón.
Pues, veréis…-se aventuró a decir Myo…

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